En esta serie les ofrecemos una guía de una selección de tres festivales de distintos géneros de entre todos los que se celebran en Japón. En la presente entrega les presentamos los impresionantes himatsuri, en los que el fuego es el protagonista.
Purificarse el cuerpo con fuego y dedicar plegarias a los dioses
Dewa Sanzan es un conjunto montañoso sagrado de la prefectura de Yamagata formado por el monte Haguro, el monte Gassan y el monte Yudono. Desde su fundación hace catorce siglos, alberga un ritual iniciático del culto a la montaña llamado Aki no Mineiri. Cuando lo visité, participé en las prácticas ascéticas del santuario y me otorgaron el nombre ascético Yōkō (‘luz del sol’).
Los siete días que duraron los ritos ascéticos empezaron con las sabias palabras del daisendatsu, monje veterano que nos instruía: “El simple hecho de vivir implica que pecamos y nos volvemos impuros. Aquí empezamos por caer al infierno, nos convertimos en personas mientras nos purificamos y nos acercamos más a los dioses”.
En la iniciación en el monte, recitamos poemas del culto y lavamos nuestros pecados e impurezas en una cascada milagrosa. La ceremonia terminaba quemando las tablillas especiales con plegarias escritas (gomagi) apiladas. Una vez tuvimos el cuerpo purificado por el agua y el fuego, se nos permitió dedicar una plegaria a los dioses.
Dewa Sanzan es un conjunto montañoso sagrado de la prefectura de Yamagata formado por el monte Haguro, el monte Gassan y el monte Yudono. Desde su fundación hace catorce siglos, alberga un ritual iniciático del culto a la montaña llamado Aki no Mineiri. Cuando lo visité, participé en las prácticas ascéticas del santuario y me otorgaron el nombre ascético Yōkō (‘luz del sol’).
Los siete días que duraron los ritos ascéticos empezaron con las sabias palabras del daisendatsu, monje veterano que nos instruía: “El simple hecho de vivir implica que pecamos y nos volvemos impuros. Aquí empezamos por caer al infierno, nos convertimos en personas mientras nos purificamos y nos acercamos más a los dioses”.
En la iniciación en el monte, recitamos poemas del culto y lavamos nuestros pecados e impurezas en una cascada milagrosa. La ceremonia terminaba quemando las tablillas especiales con plegarias escritas (gomagi) apiladas. Una vez tuvimos el cuerpo purificado por el agua y el fuego, se nos permitió dedicar una plegaria a los dioses.
Comprendí que todo aquel que fuera a relacionarse con lo sagrado a través de la práctica ascética debía purificar el cuerpo. En los festivales que giran en torno al fuego, la purificación se lleva a cabo quemando a los espíritus malignos para rogar por una vida dichosa. A continuación, les presento los tres festivales del fuego, o himatsuri, que más me impresionaron entre los muchos que se celebran en Japón.
El festival Nachi no Ōgi de Wakayama (gran festival del santuario Kumano Nachi Taisha)
(Nachikatsuura, 14 de julio)
La tierra sagrada de Nachi no Otaki, donde vienen llevándose a cabo prácticas ascéticas desde antiguo, es un enclave verdaderamente majestuoso con un desnivel de 133 metros que imbuye a quien lo contempla de un sentimiento divino. Se dice que en tiempos muy remotos bajaron doce divinidades a la base de la cascada, conocida como Otakimoto. En el año 317 los dioses pasaron a venerarse en el santuario Kumano Nachi, en la ladera del monte Nachi, mientras que en la base de la cascada se erigió otro santuario, el de Hirō, consagrado al salto de agua.
Las doce divinidades regresan al santuario Hirō una vez al año para el festival Nachi no Ōgi. A las dos de la tarde tiene lugar el Ohi, un acto en que cada una de las deidades se introduce en un santuario portátil (mikoshi) en forma de cascada y desciende lentamente las escaleras de piedra al Otakimoto.
El camino de acceso al santuario (sandō) se purifica con el agua sagrada de la cascada y las llamas de las 12 antorchas gigantes queman a los espíritus malignos. Las antorchas encendidas crepitan y giran para guiar a los santuarios portátiles con abanicos. La luz del fuego baila en el camino, que queda en penumbra incluso durante el día, ofreciendo un espectáculo impresionante.
Tras la ceremonia del Ōgihome, en que el sacerdote golpea los abanicos, los santuarios portátiles se colocan en fila junto al Otakimoto, la base de la cascada.
Cuando los que portan las antorchas llegan al Otakimoto, rinden culto a la cascada ofrendándole las danzas Mitakarishiki y Nabakumai, que se ejecutan con abanicos, para rogar por una cosecha abundante. Es un festival purificador y revitalizador para los espectadores.
El Oniyo de Fukuoka
(Kurume, 7 de enero)
El nombre Oniyo procede de la leyenda que cuenta que la noche del 7 de enero del año 368, Tamatare no Mikoto, armado con unas antorchas, dio caza a un bandido llamado Yusura Chinrin que atormentaba a la gente del pueblo, le cortó la cabeza y lo quemó. Desde entonces y en los más de 1.600 años transcurridos hasta la fecha, el festival se ha celebrado en el santuario Daizenji Tamatare como acto para ahuyentar la mala suerte a principios de año y atraer la buena fortuna para el año que empieza. El festival se conoce también como Tsuina u Oniyarai (expulsión de los ogros), ya que sirve para expulsar a los malos espíritus que acechan en la oscuridad de la noche.
A las ocho de la noche, los líderes del ritual llevan dos antorchas, se meten en el shioiba, un lugar preparado en el río, frente al santuario, para practicar las abluciones. A continuación, un numeroso grupo de jóvenes desnudos se meten también en el shioiba, se purifican el cuerpo y regresan corriendo al pabellón del santuario.
A las nueve de la noche, las luces del pabellón se apagan con el tañido de la primera campana y seis antorchas gigantes se encienden a la vez con el onihi, el fuego sagrado generado por los sacerdotes con piedras la noche de Fin de Año. Cientos de jóvenes desfilan por el recinto del santuario portando las antorchas encendidas con palos de roble mientras cantan “Oisa, oisa” bajo una lluvia de chispas. Es como un torbellino de fuego. Cuando el festival llega a su punto álgido, los ogros, ocultos por la oscuridad, se purifican en el shioiba y regresan al pabellón. Entonces se apagan todos los fuegos y termina el festival.
El Tengu no Hiwatari de Hokkaidō (gran festival del santuario Bikuni)
(Shakotan, del 4 al 6 de julio)
Sarutahiko, el dios que abre caminos, aparece en el santuario Bikuni de Hokkaidō el día del gran festival, en julio. Los japoneses veneran al Tengu-sama, un ser de nariz prominente y tez rubicunda que ahuyenta a todos los espíritus malignos del mundo y promete a los pescadores protección en sus expediciones y pesca abundante.
Los espectadores deben recibir al tengu y al santuario portátil con máximo respeto a su paso por el pueblo en el día del festival. Si ve que alguien lo observa desde un lugar elevado o que hay alguna casa que tiene la ropa tendida fuera, el tengu los señala con el abanico para llamarles la atención por su falta de decoro y los asistentes corren a la casa y le echan sal para purificarla.
Cuando va cayendo la noche, en el recinto del santuario se forman varios montones de virutas de madera que marcan el lugar donde tendrá lugar la ceremonia de atravesar el fuego el día 5 y 6 a las siete de la tarde. Al atravesar las llamas, el tengu y el santuario portátil queman todos los espíritus malignos y las impurezas que han recogido en el pueblo. Aunque se dice que el festival deriva de la práctica del hiwatari (‘atravesar el fuego’) del shugendō, no está demostrado.
Mientras el tengu se pasea alrededor del fuego, se van añadiendo virutas de madera. Cuando las llamas están bien altas, el tengu las atraviesa en un suspiro. El proceso se repite tres veces, pero el vaivén de las llamas hace que las oportunidades de captar el momento sean pocas y espaciadas. El mikoshi también atraviesa el fuego después del tengu para purificarse, tras lo cual regresa al santuario poniendo fin al festival.
El éxito del festival promete una pesca abundante de erizo de mar, cuya prohibición de pesca se levanta en Shakotan en este momento del año. Les recomiendo que, después de estos ritos sagrados, se den un homenaje y prueben el bol de arroz con erizo de mar fresco, a un precio más económico que en la isla de Honshū.