La fe religiosa en Japón ha sido muy tolerante desde tiempos antiguos. La coexistencia entre budismo y sintoísmo, a veces sincrética, ha hecho que los espíritus que habitan por doquier se veneraran junto a las almas de los antepasados. Incluso se rinde culto a terroríficos espíritus vengativos y ogros como si fueran dioses para ganar su favor y lograr que nos protejan de calamidades como epidemias y desastres.
No solo se venera a los dioses que habitan permanentemente en cada lugar, sino también a divinidades y espíritus que acuden en los cambios de estación. A lo largo de todo el año se despliegan festivales muy diversos —en los que se ruega por buenas cosechas o para conservar la salud, por ejemplo— que se integran en el ciclo de la vida.
Los espectáculos de artes escénicas que se representan para los dioses en los festivales se fueron diversificando y adquiriendo un carácter propio en cada zona. A los mikoshi (santuarios portátiles) se añadieron las carrozas y los desfiles con disfraces para entretener no solo a los seres divinos, sino también a los humanos.